Escuela de la Palabra
ÉL LES MANTENDRÁ FIRMES HASTA EL FIN
Buenas noches con todos y todas, esta noche es una noche especial porque como comunidad inauguramos un nuevo tiempo litúrgico, el tiempo de adviento; para mí es uno de los más hermosos. Yo no sé como explicarlo; pero me ayudaba la metáfora de la primavera pues siento que la vida espiritual empieza a renacer, se abren las flores de la fe, la esperanza, la generosidad, acogida, el perdón, de eso que es lo mejor de nosotros y en lo que reconocemos nuestra identidad de hijos creados a imagen y semejanza del amor, a imagen y semejanza de Dios.
Le agradecía a Dios la certeza de que lo antes dicho es más que un sentimiento bonito, acrecentado por los comerciales y la decoración de nuestras casas, centros de trabajo, tiendas, etc. Es la gracia de Dios acercándose a sus hijos, llamando a sus corazones para hacerlos despertar a una experiencia nueva de su amor, del mismo modo que viene a hacerlo con nosotros en esta noche. Hoy Dios viene a darnos una experiencia nueva, viene a derrochar su ternura para nosotros, porque Dios es el Dios de la novedad. Así dice en Isaías 42,9: Las cosas antiguas ya han sucedido y yo anuncio cosas nuevas; antes que aparezcan, yo se las hago oír a ustedes.Esta palabra es verdadera, nuestra vida está llena, por gracia de Dios, de muchas experiencias que se han ido constituyendo en un pozo del cual bebemos y damos de beber a los hermanos; pero cada día el Dios de la novedad está llamando a nuestra vida, anunciando la novedad de que podemos ser criaturas nuevas. Dios hoy viene a renovar nuestra vida y el instrumento es su palabra.
La palabra renueva nuestra humanidad desde dentro, en Hebreos 4,12, nos dice Pablo: Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. Lo que nos toca a nosotros frente a la oferta de gracia que nos hace Dios es abandonarnos en sus manos para dejar que el señor por su palabra obre en nosotros, aquello que necesitamos. Sabemos por experiencia lo que Dios en su palabra puede lograr en nuestras vidas, con esa palabra que como Pablo señala es como bisturí que puede extirpar los miedos, la desesperanza, el resentimiento y el odio; la falta de voluntad, la mediocridad, la corrupción. La eficacia de la palabra se da en un corazón abierto, que se abandona a la acción de su amor, porque el Dios del amor no violenta nuestra libertad.
Conforme les decía al iniciar la escuela, hoy inauguramos el tiempo de adviento y vamos a profundizar, en comunidad, los textos propuestos por la iglesia para este primer domingo. La comunidad, que va buscando siempre darnos lo que más necesitamos para crecer en el seguimiento de Cristo y en la vivencia de nuestra misión, nos propone orar, en este tiempo con el trasfondo de la invitación de Dios a crecer en la fe. La fe está al inicio de toda vida espiritual. Con la fe de Abraham empieza la historia del pueblo de Israel, de la cual nosotros somos herederos, sin la fe dirá Hebreos 11,6 es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. Así como la fe es una actitud básica para la vida, porque ciertamente no podríamos dar un paso sin creer en la bondad de las personas, al menos de los mas inmediatos, en la lealtad de los amigos, en la responsabilidad del conductor que nos trajo hasta aquí, en la veracidad de las palabras que les dirijo, sin la fe no podríamos vivir. Tampoco la vida de Dios en nosotros, podría mantenerse sin una fe verdadera, fuerte y en constante crecimiento.
Nos dice la carta a los hebreos que quien se acerca a Dios ha de creer primero que existe, es una fe sumamente básica, porque como decía el mismo Jesús hasta los demonios lo creen y tiemblan un paso más es creer en que recompensa a los que le buscan- y es a este nivel que se encuentra el pueblo de Israel a quien se dirige el profeta Isaías en la lectura que hemos escuchado este domingo Isaías 63,16-17.19; 64, 2-7
¡Tú, Señor, eres nuestro padre, “nuestro Redentor? es tu Nombre desde siempre! ¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? ¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia! ¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de ti! Cuando hiciste portentos inesperados, que nadie había escuchado jamás, ningún oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por los que esperan en él. Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos.
Desde el primer momento en esta palabra reconocemos la experiencia de fe del pueblo, que reconoce a Dios como padre, de quien ha recibido la salvación, no se trata de una fe ciega. Dios se ha comportado con su pueblo como padre y le ha redimido en muchas ocasiones. Ciertamente creen que Dios existe y que además nada ocurre sin que Dios no lo quiera, así hasta la desobediencia del pueblo es obra de Dios, le preguntan a Dios ¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? Al leer estas palabras hay algo en nosotros que se rebela, nos cuesta a creer que Dios sea el causante de algún mal, de Dios no puede salir nada malo, porque Dios es la bondad misma.
Ciertamente. en el pueblo de Israel hay una concepción de Dios un tanto equivocada, le reconocen padre y redentor; pero no están contando con que el Señor nos ha dado la libertad y por tal, es uno mismo quien se desvía, quien endurece el corazón, se cierra a la acción de Dios y deja de temerle, en el sentido de dejar de vivir de cara a su voluntad, somos nosotros mismos y muchas veces las circunstancias en las que interviene la libertad de otros hombres las que nos apartan de Dios y sus caminos.
El pueblo de Dios se encuentra viviendo una experiencia terrible, esta decepcionado por el retraso de la liberación definitiva, están aquejados por la idolatría, producto de la invasión extranjera, hay desprecio por los que regresan del exilio y son vistos como extranjeros, hay pugnas entre diferentes grupos al interior del mismo territorio de Israel y se resiente la fuerte pobreza y la carencia de recursos. El pueblo de Dios está sufriendo y detrás de la súplica y la alabanza que dirige a Dios está el reclamo, porque siente que lo que vive es obra suya, que es castigo a causa de su infidelidad, de su pecado. De ahí que diga a Dios:
Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento. No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti, porque tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas.
Si bien, hay una sensación de desesperanza en Israel, reproche y queja hacia Dios; el profeta, que es el hombre de fe termina afirmando: “Pero tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”.
El profeta continúa creyendo que Dios actuará y actúa por encima de las evidencias. El profeta nos dice que el pueblo es barro, materia pobre, quebradiza; pero a la vez moldeable en manos del alfarero. El profeta cree profundamente que Dios es padre y que en su bondad puede y quiere transformar la realidad.
Que actual se me hacía la experiencia del pueblo de Dios; que semejante a nuestro contexto. La pobreza extrema en la que viven tantos, en el África, en la India, Haití; pero también los migrantes en las grandes potencias. Pero la pobreza la tenemos cerca. Me conmovió profundamente la situación de una familia en las Lomas de Carabayllo, cinco hijos, uno de los cuales estaba a punto de perder la vista, un padre que trabajando de sereno llega a juntar de 8 a 10 soles diarios para mantener a su familia, una casa de lata y un par de colchones cargados de chinches que eran extendidos en la tierra; así vivian antes de que por medio de un programa de televisión les brindarán una nueva condición de vida; esta familia tuvo suerte; pero cuantos mueren en condiciones de extrema pobreza.
Israel sufría el enfrentamiento de diversos grupos en su territorio, al igual que en nuestra tierra se suscitan cientos de conflictos sociales, debido a que muchos son atropellados en sus derechos más elementales, otros se enfrentan por su ambición e intereses particulares; enfrentamientos por cuestiones ideológicas y hasta religiosas que continúan haciendo de nosotros una nación fragmentada y que impiden que podamos crecer; ya que como decía el mismo Jesús: una nación dividida amenaza ruina.
La discriminación al extranjero en el contexto del pueblo de Israel, la vivimos permanentemente como marginación al diferente, como abuso contra el débil que trae como fruto el feminisidio y el abuso y homicidio de niños indefensos. La marginación al migrante por su acento, sus costumbres, sus modales; en el desprecio hacia aquel que “no sabe” o que careció de oportunidades
La idolatría endémica de Israel tiene su paralelo en la superficialidad de tantos, en el culto al cuerpo, en el afán desmedido de poseer, el consumismo- Poco a poco Dios va siendo desplazado y el dinero se ha convertido en ídolo más preciado, por el se mata, se compran y venden conciencias; se vende la dignidad propia y ajena, se encubre la verdad o se la inventa, etc.
En medio de esta realidad que no es sólo nuestra, me surgía una pregunta: ¿Quién será el hombre, la mujer de fe que continúe creyendo que hay esperanza para nuestro futuro; quien será aquella persona que le diga al pueblo, como Jeremías en Jr. 31,16-17
“Así habla el Señor: Reprime tus sollozos, ahoga tus lágrimas, porque tu obra recibirá su recompensa—oráculo del Señor— y ellos volverán del país enemigo. Sí, hay esperanza para tu futuro —oráculo del Señor—: los hijos regresarán a su patria.
¿Quién será aquel que con su vida y su palabra revele que la realidad no es el castigo de un Dios vengador irritado por extravío de los hombres?; ¿Quién será aquel que como el profeta haga despertar la conciencia de que el sufrimiento de los hombres, es en gran medida hechura de manos humanas, fruto de corazones cerrados a la voz de Dios? ¿Quién será el hombre, la mujer de fe, que denuncie la mentira que es el pensar que la pobreza y postergación de tantos es fruto del destino, la suerte o sólo del conformismo? ¿Quién será aquel, que de testimonio, con su vida y palabra que Dios que es Padre, continúa sosteniendo y salvando al mundo?¿Quién estará dispuesto a mantener viva la esperanza del pueblo en la bondad de Dios y en su acción?
En la primera carta a los corintios, san Pablo nos habla de aquellos que son los llamados a ser profetas, hombres de fe y de esperanza en medio del pueblo. En 1Corintios 1,3-7 Pablo nos dirá: Hermanos, llegue a ustedes la gracia y la paz Reciban bendición y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, el Señor.
“Doy gracias sin cesar a mi Dios por ustedes y por la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él han llegado a ser ricos de mil maneras, recibiendo todos los dones de palabra y de conocimiento a medida que se afianzaba entre ustedes el mensaje de Cristo. No les falta ningún don espiritual y sólo esperan que Cristo Jesús, nuestro Señor, nos sea manifestado”
Tras la experiencia del encuentro con Cristo, el apóstol es consciente de que todo bien procede de Dios, ningún mal puede proceder del padre, ni de Cristo, que ha dado la vida por todos. Las palabras del apóstol nos aluden directamente, hablan de nosotros que hemos sido colmados con toda clase de riquezas; de palabra y del conocimiento. Esta palabra es verdad en nosotros, díganme si no reconocemos que la palabra ha sido la mayor riqueza que se le ha dado a nuestra vida y es esto lo que nos tiene aquí esta noche. Por medio de la palabra hemos llegado al conocimiento de Cristo, hemos hecho experiencia de que nuestro Dios está cercano a nuestra vida, que nos habla y a quien podemos hablar; hemos conocido que Dios es misericordia que nos ama sin medida, un Dios para quien somos valiosos y ello ha potenciado nuestra vida. Hemos sido bendecidos por Dios con toda clase de riquezas.
El Señor a lo largo de la vida me ha hecho descubrir lo afortunados que somos, por medio de este carisma Dios nos ha dado mucho, muchas veces tratando con sacerdotes que llevan años de entrega y fidelidad o incluso con religiosas veo como nosotros, discípulos de la palabra de Dios, hemos recibido mucho que otros, siendo fieles y estando en el camino de Dios, no han recibido, todo ello por la palabra que se nos ha dado. Esto último, lejos de hacernos sentir superiores tiene que generar en nosotros el sentido de responsabilidad, por que todo cuanto hemos recibido se nos ha dado en administración. Así nos dirá 1Pedro 1,10
“Que cada uno ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido, y de este modo serán buenos administradores de los diversos dones de Dios”.
Le preguntaba al Señor ¿Cuál es el don precioso que has puesto en nuestras manos? Me respondía en su palabra de Lucas 12,32: “No temas, pequeño rebaño, porque al Padre de ustedes le agradó darles el Reino”. Me ayudaba tanto reconocer que cuando Dios nos llama ovejas reconoce nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad y hasta nuestra torpeza, porque una oveja sin pastor es de lo más torpe que hay, Dios nos conoce y sabiendo de nuestra pequeñez nos ha confiado el Reino.
Conviene preguntar al Señor ¿Qué es el Reino? Para nos equivocar lo que Dios espera que vivamos. Al pensar en Reino nos vienen conceptos como justicia, fraternidad, libertad, verdad, paz, igualdad y hemos de preguntarnos en seguida como construirlos, como hacerlos realidad para que nos ocurra como en el siglo XVIII, que tras la consigna de igualdad, libertad, fraternidad, se llegaron a horrores impensables. El Reino va más allá de conceptos. La imagen que nos sugiere la liturgia de la eucaristía, acerca del Reino de Dios, es hermosa: Una mesa grande, en la que todos los hijos, con Dios a la cabeza, se sentarán a compartir el pan. Es el hogar grandes de los hijos de Dios en el que cada uno es verdaderamente amado en su singularidad.
Le preguntaba al Señor también: ¿Qué significa ser administrador del Reino, trabajar para tui Reino? y el señor me respondió con la oración de Francisco de Asís: Ser trabajador del Reino es ser instrumento de mi paz. Es poner amor, allí donde hay odio; perdón donde hubo ofesnsa, no se trata sólo de perdonar, sino de acompañar a mi hermano en su proceso de reconciliación, hasta que perdone y llegue a perdonarse a sí mismo. Ser trabajador del Reino es poner la verdad donde hay error, revelar la verdad en medio de un ambiente en el que la verdad del evangelio se encuentra velada por un sin número de antivalores que nos están destruyendo hasta el punto de no reconocernos casi personas. Se trata de poner esperanza en el corazón de mi hermano que está cargado de frustración, de decepción en muchos niveles, en aquellos que ya no esperan nada y han dejado de confiar en Dios.
Ser trabajador del Reino es poner alegría allí donde hay tristeza y esto no es difícil aunque muchas veces supone dejar de mirarnos a nosotros mismos para pensar en lo que el otro necesita. Pensaba en tantas personas que en este tiempo previo a la navidad se disponen a llevar alegría a los hospitales, asilos, cárceles, hogares de niños y madres abandonados; todos ellos quizá sin saberlo son trabajadores del Reino porque llevarán a dios y serán prolongación de su amor; es más todos, sin ir muy lejos estamos llamados a ser alegría para los que conviven con nosotros.
Ser un trabajador del Reino es poner luz en la mente y en el corazón de tantos que están cegados por el egoísmo, la ambición, el afán de poder o por el sufrimiento y el fatalismo. Por último, ser trabajador del reino es poner fe allí donde hay dudas, donde se duda de Dios, de su presencia y acción amorosa en el mundo. Ser administrador del Reino es despertar y cuidar la fe de los hermanos y he ido constatando en la propia experiencia que no hay signo más fuerte de la existencia, providencia, bondad y cercanía de Dios,; que el ver a personas que son capaces de amar con el amor de Dios.
Somos administradores del Reino, nos lo ha recordado el Señor y de nosotros se espera, no que seamos perfectos sino que seamos fieles y aquí es donde entra a tallar el evangelio del domingo primero de adviento en el que Jesús nos dice en Marcos 13,33-37:
“Estén preparados y vigilando, porque no saben cuándo llegará ese momento. Cuando un hombre va al extranjero y deja su casa, entrega responsabilidades a sus sirvientes, cada cual recibe su tarea, y al portero le exige que esté vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, porque no saben cuándo regresará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o de madrugada; 36 no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. 37 Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: Estén despiertos.”
Escuchaba a Jesús decirnos, tengan cuidado, estén prevenidos, no expongan el Reino, no te distraigas viviendo de manera ingenua, enredado en las cosas que se pasan, aunque te den alegrías; no te dejes arrastrar por la corriente del mundo en que vivimos. Mira que vendrá el Señor a pedirte cuentas por el encargo confiado y dichoso tú si te encuentras realizando tu misión.
El Señor en esta noche nos ha pedido fidelidad y frente a ello nos da cierto temor, ¿cómo poder garantizar que seremos fieles a nuestro ministerio, cuando de sobra somos conscientes de nuestra fragilidad. La palabra misma es la que nos inspira confianza. En 1Corintios 1,8-9 San Pablo nos dice:
“El los mantendrá firmes hasta el fin, para que estén sin tacha el día en que venga Cristo Jesús, nuestro Señor. Dios es fiel, el que los ha llamado a esta comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”.
La garantía de nuestra fidelidad no está en nosotros mismos, en nuestras capacidades o talentos; si el ser testigos y administradores del Reino dependiera sólo de nosotros ¿quién podría sentirse capaz de asumir el encargo de nuestro Dios? Nuestra garantía es la fidelidad de Dios: Él es fiel y nos hace fieles en la medida que nos abandonamos en sus manos, que nos dejamos fortalecer y bendecir por su amor.
Pidamos a nuestra Madre María que, en este inicio del adviento, nos ayude a acoger el don de la fe, el encargo del Reino, para ser auténticos administradores de su gracia, que nos sabemos pequeños, sí, pero que por encima de todo avanzamos con nuestra mirada fija en aquel que ha iniciado y completa nuestra fe.
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