“DESÁTENLO Y TRAIGANLO PORQUE LO NECESITO” (Mc 11,3)




Buenas noches, ¡Que regalo del Señor es cada escuela de la Palabra! Es el Señor que nos ama tanto, que por eso nos sigue hablando de muchas maneras y de muchos modos: en la vida ordinaria, a través de cantos, de personas, de situaciones, y sobre todo de la Palabra. Es el amor de Dios expresado como dice (Is 62,1): Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no quedaré tranquilo. ¿Por qué? Porque el Señor tiene una intención: Que nuestra salvación llamé como antorcha.

Con el domingo de Ramos, hemos empezado la Semana Santa, Semana Mayor, en la que Cristo es el centro, es la puerta por donde cada uno podemos entrar a vivir y experimentar en nuestra propia vida su Misterio de Amor: “TE AMAMOS Y NOS ENTREGAMOS PARA QUE VIVAS”.

Jesús es nuestro punto de mira, nuestra meta, nuestro horizonte, por eso es una semana para levantar la mirada de donde la teníamos puesta: quizás de mirarnos a nosotros mismos, o de estar mirando a los demás (lo que hacen o dejan de hacer, de lo que me dijeron o que no me dijeron etc),  para fijarla en él.

San Pablo dice: “Fijos los ojos en él, el que inicia y consuma nuestra fe”, para que desde el punto donde estamos podamos lanzarnos a correr tras de él, para no hacer inútil su gracia, su vida y su entrega por nosotros. Sacudámonos todo lastre del pecado que nos asecha.

Por eso, Jesús en esta Semana Santa se nos presenta: “YO SOY LA PUERTA” por donde puedes entrar a mi misterio de Amor, todo el que entra por mí circula libremente y todos sus esfuerzos no serán en vano. ¿Qué pasa si no entramos por aquí? Nos podemos quedar fuera. Me decía un chico: “Hna. Pero, para qué ir al retiro si todo es igual, lo mismo del año pasado: el lavatorio de los pies, el vía-crucis, la vigilia etc. No hay nada nuevo, ¡Qué aburrido!”. ¡Y es verdad, qué aburrido! Le conteste, ni yo quiero vivir esa pascua como tú dices, porque no son actos vacíos, ni ritos que tenemos qué cumplir porque si no los cumplimos nos puede pasar algo esos días.  Todo esto, visto sin entrar por la puerta que es Cristo llegamos a esa conclusión.

Pero, se trata de entrar en la experiencia de “TE AMAMOS Y NOS ENTREGAMOS PARA QUE VIVAS”. ¿Cómo? Fijando los ojos en él y en él encontramos lo que nos alimenta. “SUS ESFUERZOS DE ENCONTRAR EL ALIMENTO NO SERÁ EN VANO” todos nuestros esfuerzos por encontrar lo que profundamente necesita nuestro corazón, no serán en vano. Dice el salmista: “Cómo busca la sierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti Dios mío”.

Jesús también nos busca, para preparar la cena de la Pascua. Nos busca como amigos (Jn 15,15-16), esta cena que vamos a celebrar el jueves Santo. Jesús envió a Pedro y a Juan diciendo: “Encárguense de prepararnos la cena de pascua”. Jesús nos hace concientes que somos sus amigos, cuenta con nosotros para preparar la cena de pascua, para que podamos alimentarnos de su entrega.

Él nos hace un encargo especial y específico: “ENCARGUENSE DE PREPARARNOS LA CENA DE PASCUA”. Todos tenemos el encargo que nos hace ser partícipes de una manera específica  del cómo Jesús quiere expresar su Misterio de Amor.

Ellos le preguntaron ¿Dónde quieres? Es importante saber donde el Señor quiere celebrar la cena de Pascua. Lc 22,8-13: «Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua.» Le preguntaron: «¿Dónde quieres que la preparemos?» Jesús les contestó: «Cuando entren en la ciudad, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un jarro de agua. Síganlo hasta la casa donde entre, y digan al dueño de la casa: “El Maestro manda a decirte: ¿Dónde está la pieza en la que comeré la Pascua con mis discípulos?” El les mostrará una sala grande y amueblada en el piso superior. Preparen allí lo necesario.» Se fueron, pues, hallaron todo tal como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

Esa habitación superior está reservada para la cena de la pascua, y es nuestra propia vida. ¡Miren el valor tan grande que Jesús le da a nuestra propia vida!. A veces se nos olvida, vivimos como devaluados, ignoramos nuestro propio valor.

Jesús en esta semana lo quiere exaltar, sacar a la luz no para él, sino para nosotros. Por eso, nos envía haciéndonos un encargo, pero para que tomemos conciencia de lo que significa: …digan al dueño de la casa: “El Maestro manda a decirte: ¿Dónde está la pieza en la que comeré la Pascua con mis discípulos?” El les mostrará una sala grande y amueblada en el piso superior. Preparen allí lo necesario.

Tienes todo reservado para mí y para celebrar en tu propia vida la cena de pascua. Mi cena que es tuya, porque es para que cenes tú conmigo y yo contigo y desde ahí con los demás, también es comunión, esto es lo que vamos a celebrar: “La comunión”.

También les dice Jesús a los discípulos. “PREPAREN AHÍ LO NECESARIO”. ¿Qué es lo necesario para Jesús? ¿Qué es lo necesario para nosotros? Preguntémosle a Jesús y él nos lo dirá a cada uno de manera específica.

Para entrar en esta pregunta nos puede ayudar la cita de: Mc 11,1-11: «Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo devolverá cuanto antes.»
Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Por qué sueltan ese burro?» Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron.

¿Qué está mirando Jesús de cada uno de nosotros? ¿Qué mira de los demás? …Es nuestro burrito amarrado. En nosotros hay algo que está amarrado, atado, dice Jesús: “Ningún hombre ha montado todavía”; es decir, nadie lo ha valorado, nadie le ha visto con significado, nadie le ha llamado la atención, pero sobre todo: que ningún hombre ha montado todavía.

Jesús, nos hace conscientes de que en cada uno hay algo valioso, que es lo mejor de nosotros, pero está atado. Es una mirada penetrante de Jesús sobre nuestras vidas que traspasa todo lo que no es necesario, todo lo que nos ofusca y  a veces nos tapa lo mejor de nosotros y de los demás y no vemos más….

Nadie ha montado el burrito que llevamos dentro, nadie le ha dado un uso, es Jesús quien lo quiere sacar, liberar, desatar porque en el quiere subirse, quiere entrar a Jerusalén, quiere manifestar su Misterio de Amor: “TE AMAMOS Y NOS ENTREGAMOS POR TI”.

Exp. Domingo de Ramos en Ecuador:

¡Qué expresión tan bonita! Cuando Jesús les dice a los discípulos: “Y si les preguntan ¿por qué lo hacen?” ustedes respondan: Porque el Señor lo necesita.  Realmente, ¿Quién no se conmueve ante estas palabras de Jesús? Jesús quiere sacar de nosotros lo mejor que está atado en cada uno, quizás desconocido para muchos, ignorado, etc.

Por eso, conviene fijar los ojos en Jesús, él sabe lo que conviene y lo que no conviene, lo que hace y cómo lo hace, de una manera tan sencilla y descomplicada, busca desatar lo mejor que hay en cada uno y necesario para celebrar la fiesta de la pascua.

Con estas palabras me acordaba de otras que Jesús dirigió a sus discípulos: “Todo lo que aten en la tierra será desatado en el cielo y todo lo que desaten en el cielo, será desatado en la tierra”. Se refería al poder que tiene “EL PERDÓN DE LOS PECADOS”, porque desata lo que humanamente no podemos aunque queramos.

Por eso, Jesús les da a sus discípulos el poder de desatar, de liberar, mediante el perdón de los pecados. Nos da el sacramento de reconciliación.

“SACRAMENTO DE RECONCILIACIÓN”

¿Por qué queremos prepararnos para la confesión?
-       Querer: Hay un quiero, una disposición, un deseo, una motivación. Todo esto Dios lo ha puesto en sus corazones.

-       Opciones: El querer, nos lleva a hacer opciones como: Hacer un  espacio dentro de todos nuestros quehaceres para darle no solo nuestro tiempo a Dios, sino “nuestra vida”. Nuestro cuerpo para qué él lo prepare, lo santifique con la acción del Espíritu Santo y sobre experimentar la total libertad.
Necesitamos la fuerza que nos da el Sacramento de la reconciliación. El sacramento nos da luz en el entendimiento y fuerza en la voluntad. Nos da decisión para romper el pecado, para salir del vivir de los frutos del amor, de la reconciliación. Esta decisión es personal, es lo que llamamos conciencia de nuestros pecados, el propósito de enmienda y el cumplir la penitencia.
Por tanto, el sacramento de la reconciliación, me da luz en el entendimiento y fuerza en la voluntad, que es lo que por el pecado iba perdiendo.
¿POR QUÉ LA IGLESIA NOS OFRECE EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA?

Es importante saber qué es el sacramento de reconciliación:
Primeramente hay que saber que no es creado por los hombres, aunque muchas veces así se ha creído. Sino que son los medios que Dios Padre nos ofrece para rescatarnos de la esclavitud del pecado.

Son nuestra tabla de salvación, cada uno de los sacramentos; solo que en cada uno  nos ofrece una gracia especial. Es el Padre del Cielo que sale al encuentro del hombre a través de cada uno de ellos, para enriquecerlo, lo provee, lo beneficia, porque lo ama.  De esta manera, a través de los sacramentos expresa al hombre su Amor.

Cada sacramento Dios nos ofrece una gracia especial, en este caso el sacramento de la reconciliación nos da:
-       Luz en el entendimiento.
-       Fuerza en la voluntad.

-       Nos restablece la amistad con Dios y con los hermanos. La amistad que es comunión con Dios.
-       Restablece la Alianza rota por el pecado al decirle “No te quiero recibir”: quiero hacer mi gusto, mi interés, quiero vivir alimentándome de mis rebeldías y de mis egoísmos.

¿De qué nos confesamos? Porque a veces vamos y nos confesamos de todos, confesamos al vecino, a la suegra, a la nuera, al esposo, y menos de nuestro pecado, porque quizá no tenemos conciencia de pecado.

Pero ¿Qué es el pecado? ¿Qué es eso que nos ata, nos amarra, y nos priva de vivir lo mejor de nosotros mismos? Es importante saber qué es lo que nos ata y de qué me quiere el Señor desatar.
El pecado es un “No” a Dios y un “no” a los hermanos. No hay culpas. Soy yo quien al final de cuentas digo “no”. Me salgo del paraíso, de la relación con Dios y con los demás y me lleva ese “no”  a un estado de vivencia de “enemistad”. Ser enemigo de Dios y de los demás, pero también de mí mismo. Es estar de espaldas, no ver la realidad tal cual es. Estoy contra mí y contra Dios, contra los demás. Es la experiencia del hijo menor y del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. “QUIERO VIVIR MI VIDA COMO YO QUIERA” es la SOBERBIA, la madre de todos los pecados.

¿Qué es la soberbia? Es querer ser Dios, querer ocupar el lugar de Dios y lo que me rige no es Dios, ni su palabra, ni su voluntad sobre mi vida, sino mis razones, mis criterios, deseos, seguridades, donde me hago fuerte, me pone en lo alto, en la cima y veo a Dios y a los demás pequeñitos, ellos están debajo de mí.

La soberbia es el poder que está sobre mí, dominando mi voluntad y esclavizándome. Me basto a mí mismo. Esta soberbia me pone en enemistad con Dios, parece que tengo fuerza y soy poderoso, pero es que estoy dominado. Dice la Palabra de Dios: “El hombre es esclavo de lo que le domina”.

Por tanto, la soberbia me lleva a encerrarme en mi “EGOÍSMO”: a ser el centro de mis deseos, es el amor propio: ¿A quiénes estamos amando? A nadie, nos estamos amando mal a nosotros mismos, y amo mal a los demás, a la misma familia, porque es un amor utilitarista, porque les necesito para que me sienta bien, satisfagan mi necesidad. El EGOÍSMO, es la cerrazón del corazón, encerrarse en uno mismo, no entra nadie más, el centro somos nosotros, todo gira en buscar nuestro bienestar. Podemos incluso ayudar a los demás, pero estarnos buscando a nosotros mismos. No entra nadie, porque dentro de mi corazón solo estoy yo”. El EGOISMO, nos lleva a vivir una experiencia de soledad muy fuerte. ¿Por qué?, porque estoy enemistado con los demás, aunque esté rodeado de gente, no tengo a nadie, porque me he estado aislando de los demás, soy una isla, con mi territorio, como el hijo mayor.

Por tanto, es la adoración propia, mi amor propio y no me importa los demás. A esto le llaman los Santos Padres: “Amor propio”. Por los frutos conocemos nuestros pecados, porque lo que se manifiesta  es la expresión de una raíz, son las consecuencias. A veces nos confesamos de las consecuencias, de los efectos, pero no de la raíz.

El egoísmo por tanto, nos lleva a vivir en la “MENTIRA”. La mentira es una vida doble: Es no tener rectitud de intención, buen proceder, una conciencia limpia: “todo lo leo como desprecio para mí, que me hacen daño  y no veo el daño que hago”, veo la pelusa en el ojo del otro, pero no veo la viga que tengo. Es no ser transparentes, porque no hay limpieza de corazón, porque los limpios de corazón ven a Dios, y están en la verdad. Dice Jesús en la Palabra: “El que no está conmigo, está contra mí”. Es estar ciegos, y no ver la luz, no ver a los demás como son, por lo que son, ni mi propia vida.

La mentira, nos adentra en la cueva del “ORGULLO”: es el engaño, nos hace creer que estamos bien, en la verdad, que tenemos razón, pero imponemos a los demás nuestras razones, lo que vemos, lo que sentimos y lo que digo. Todo mundo tiene que respetarme. Es el orgullo de creerme mejor que los demás, bueno, todo lo hago bien, no dejar a los otros que se acerquen a mi vida y me den luz, a ellos les echo las culpas de mi pecado.

Este orgullo me lleva al pecado de”OMISIÓN”. “Omitir”, Significa que “pudiendo hacer el bien no lo hago”. Siempre estamos en condiciones de hacer el bien. Podemos ver que el otro se está perdiendo y no hago nada, por respeto humano, le respeto su vida y sus decisiones, cada uno es libre de hacer lo que quiera, respeto su vida para que respeten la mía, y nadie se mete con el otro. Es la opción de no tener nada que ver, a vivir el respeto humano. Parece que nos distancia de los demás, pero al pecar nos hace ser consientes que estábamos tan cerca como para hacer el bien que podemos hacer.
Ejemplo: Una vez una mujer famosa, salió con su amante en el auto, detrás de ella iba un periodista sacándoles fotos para su noticia que quería presentar, en eso vio como el auto daba vueltas, una, otro y otra, y estando tan cerca solo sacaba fotos y no hizo nada, esa fue la noticia más espeluznante que apareció en el periódico: “Un periodista estando tan cerca del accidente no hizo nada”.

El pecado de omisión, es el más fino, del que todos pecamos, pero también al reconocerlo es el que nos da luz para ir reconociendo y aceptando los otros. Es la experiencia de fe, de ver nuestra vida a la luz de la fe, de la gracia, así llaman los Santos Padre. Es el momento de gracia que Dios nos da  a todos. Al más pecador y nos hace tomar conciencia ¿Dónde estamos?
-       Tan cerca para hacer mucho bien.
-       El bien que pudimos hacer y no lo hicimos.
El reconocimiento de este pecado de Omisión “que no hice ese bien que podía hacer”, nos abre la puerta para ver nuestra vida como una película. ¿Qué pasó? Me sitúa delante de Dios y de los hermanos, no estoy solo, libre de pecado, sino que soy pecadora y que he pecado mucho.
-       De pensamiento: He juzgado en mi mente.
-       De palabra: He herido con mis palabras.
-       De obra: Lo que haces a estos pequeños, a mí me lo haces. Porque se identifica con los inocentes, con los pequeños, los hermanos.
El reconocimiento del pecado de omisión, es el dolor más grande que experimentamos. Porque pudiendo hacer el bien, no lo hicimos. Este dolor es gracia, es suscitado por el Espíritu Santo, que nos conduce a una conversión verdadera, a un arrepentimiento de nuestros pecados, ofensas a Dios en los hermanos. Es el corazón contrito y humillado que Dios no desprecia (CEC 1422 - 1468).

Es un dolor muy grande, Porque es un amor nuevo a Dios y a los hermanos que nos dispone a querer enmendar  lo dañado, lo que no hicimos, a confesar nuestros pecados. Me lleva a reconocerme pecador, “yo soy pecador”, he pecado mucho, por mi culpa, por mi gran culpa, me lleva a confesar mis  pecados porque los reconozco. Me prepara para hacer una buena confesión:
-       Con conciencia: Examen de conciencia.
-       Arrepentimiento.
-       Propósito de cambio.
-       Confesar mis pecados al sacerdote.
-       Cumplir la penitencia.
Entonces no voy a la confesión para desahogarme, ni para liberarme de mis pecados o para descargas mis pecados en el sacerdote.

Y finalmente, es Sacramento de reconciliación, porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia. El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto para responder a la llamada del Señor:”Ve primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24)

¿Cómo hacer una buena confesión?


Examen de conciencia:
Tener conciencia de que se es pecador. Conocer los pecados para tener dolor y confesarlos, para que pueda ponerse en camino de penitencia. No debe ser una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera con la Palabra de Dios, con la Iglesia y con Cristo. El criterio de examen es la Palabra de Dios. Ante Él encontramos la fuerza, sabiendo que Dios es mayor que nuestra conciencia y lo penetra todo.

Es un examen con postura de fe: confianza en Dios. Sólo así entendemos el pecado como ofensa a Dios y no sólo como error humano. Hay que pedir luz a Dios para conocernos como Él nos conoce. La Palabra actúa iluminando, llamando a la conversión y a la misericordia. La contrición tiene como motivo final el amor, justifica al hombre, antes de recibir el sacramento. Es una gracia divina, incluso la atrición, que impulsa a la conversión.  Ambas tienen motivos religiosos.
Para acercarse al sacramento basta con la atrición aunque no es lo deseable.

Contrición es un acercamiento a la santidad de Dios, liberación de lo más profundo, recuperación de la alegría perdida. Conocimiento del pecado, que es la transformación de mente,  aborrecimiento del pecado y voluntad de cambiar de vida.

El dolor debe abarcar todos los pecados graves. Cuando no se aborrece algún pecado el arrepentimiento no es religioso. El penitente, si lo tiene por costumbre, puede comenzar rezando <>. Pero no es necesario.

Normalmente, en la declaración de los pecados, ha de ser el penitente quien lleve la iniciativa... La Iglesia pide que confesemos nuestros pecados mortales, es decir, aquello que nos constituye realmente en pecadores. No es necesario, aunque puede ser conveniente, que confesemos nuestros pecados veniales. Tampoco es necesario que nuestra confesión sea minuciosa y detallada, diciendo el numero y las circunstancias, hasta el punto de hacernos obsesivos y escrupulosos.

Cuando preparamos nuestro examen de conciencia, puedo empezar pidiéndole perdón a Jesús, de esto, de esto y de…. De lo que en la oración él me va diciendo. Y luego él me dirá de qué más, porque él me dice, me hace consiente. Por eso, la preparamos en un ambiente de oración.

Porque si estamos en misa, vemos que el sacerdote confiesa, y nos acercamos al sacramento, puede ser que nos confesemos de actos morales, que cometimos y que no debíamos cometer. Porque no tuvimos un examen de conciencia, no suscita el dolor de atrición, de arrepentimiento, ni vemos qué podemos hacer para emprender un camino de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, y con los demás.

Puede ayudar que mientras hacemos nuestro examen de conciencia escribir nuestros pecados en un papel, luego llevárnoslo a la confesión para que no se me olvide nada.

Cuando estamos en la confesión, podemos empezar: “Le quiero pedir perdón al Señor……”, nos reaviva la fe y a vivenciar ese encuentro no solo con un hombre pecador como yo, sino con Jesús al que le quiero pedir perdón. Luego el sacerdote es la presencia de la Iglesia con la que necesito también reconciliarme, porque la he ofendido con mis pecados.

Después de la confesión se determina LA SATISFACCIÓN, que ha de considerarse no como un castigo, sino como un signo de renovación, de continuidad de la penitencia en la vida, de compromiso en la lucha contra el pecado y el mal.
La satisfacción ha de orientarse preferentemente en la línea de la caridad y la justicia: reparar el daño, ser justos donde hemos sido injustos, solidarizarnos con gestos y acciones para crear situaciones más justas y fraternales.

Manifestación del arrepentimiento por el penitente y absolución.


Se trata de una oración sencilla, por la cual el penitente manifiesta y pide la verdadera conversión, la contrición de los pecados. Algo semejante al antiguo <>. Seguidamente, el sacerdote extiende ambas manos o, al menos, la derecha sobre la cabeza del penitente, y pronuncia la formula de absolución, por la que se significa la reconciliación con la Iglesia y con Dios.

La formula expresa la iniciativa de Dios Padre, la mediación de Cristo y la transformación en la fuerza del Espíritu, que sucede en la reconciliación.

El penitente ha de escuchar con actitud humilde y con gozo y gratitud estas palabras que proclaman el perdón de un modo eficaz. Su participación la expresa respondiendo <> al final. No debe, por tanto, rezar por su cuenta ninguna oración durante este momento.

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