PREPAREN EL CAMINO AL SEÑOR

“Conversión a la alegría”
Bienvenidos a esta escuela de la Palabra. Como su nombre lo dice: es escuela de la Palabra, tiene como centro la Palabra de Dios, es la palabra que a todos los creyentes nos sale al encuentro de una u otra manera y nos sitúa en el camino Dios. Y ¿Cuál es el camino de Dios? Es el camino del Adviento.
Hasta ahora hemos estado profundizando el adviento con una semana de antelación, pero no vamos a pasar a la tercera semana del adviento, nos queremos detener en la segunda semana que es muy importante. Nos podemos pasar de largo la llamada a la CONVERSIÓN, ¿Pero, a qué conversión? Es una conversión a la alegría, conversión a dejar a Dios ser Dios y a ocupar nuestro lugar de maravillarnos de la acción de Dios y adherirnos a él de todo corazón.
Estamos en la segunda semana de adviento y la Palabra nos ha ido acompañando como luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1,8-9) para situarnos ahí, en SU ADVIENTO. Hemos prendido la segunda velita, seguimos con la segunda velita, para darnos cuenta que lo tenemos todo de parte de Dios. Tenemos la luz, más luz que antes, tenemos la presencia de Cristo, del Espíritu Santo, del Amor en nuestras vidas, tenemos la fe, más fe que antes, y un camino por recorrer: para reconciliar el pasado viviendo feliz el presente, que proyecta nuestro futuro.
En nuestra vida de fe siempre vamos dando pasos a más, como dice san Pablo: “Vamos de fe en fe” (Rm 1,17), de experiencia en experiencia, de más a más... y así vamos introduciéndonos cada vez más en el misterio del amor de Dios, hasta que todo nuestro ser quede abrazado, totalizado, acaparado, exprimido por Él.
Se trata de ESCUCHAR la Palabra del Señor ¿Qué dice el Sr.? El salmo 84 nos ayudará a adentrarnos en esa escucha de su Palabra.
“Quiero escuchar lo que dice el Señor, pues Dios habla de paz
a su pueblo y a sus servidores, con tal que en su locura no recaigan.
«Cerca está su salvación de los que le temen y habitará su Gloria en nuestra tierra. La Gracia y la Verdad se han encontrado, la Justicia y la Paz se han abrazado; de la tierra está brotando la verdad, y del cielo se asoma la justicia.
El Señor mismo dará la felicidad, y dará sus frutos nuestra tierra. La rectitud andará delante de él, la paz irá siguiendo sus pisadas.» (Sal 84, )
No podemos caer, pues, en la superficialidad de decir que siempre es lo mismo, o en el ambiente consumista de este tiempo que nos roba de la experiencia del encuentro con el Señor, por dejarnos con “cosas”. Al contrario, hemos de preguntarle ¿cómo dejar una vida de pretextos que a la larga nos dejen frustrados? Dejar “el seremos felices cuando….”
- Tengamos un auto, mis hijos crezcan, cuando la casa sea más grande, cuando obtenga lo que espero, cuando me vaya de vacaciones. Te podrás ir de vacaciones y regresarás peor: con cólera, vacío y con deudas.
La verdad es que no hay mejor momento para ser felices que el ahora. Si no es ahora ¿Cuando? Mi vida siempre estará llena de pretextos. Debemos admitirlo y decidir ser feliz en el único territorio sobre el que tengo posesión o control: EL PRESENTE.
El presente, es el presente. El presente no tiene espacio para después… Solo tienes el ahora: que reconcilia tu pasado y construye tu futuro.
En esta semana vamos a disponernos desde la “conversión”, como nos lo propone la Iglesia en las lecturas de la Eucaristía: “Vuelvan a Dios por que ha llegado el Reino de los cielos” (Cf. Mt 3,1-12). Juan Bautista, el precursor de Jesús, fue la voz que proclamó la venida del Señor, y preparaba con su predicación los corazones de los judíos para ese encuentro, él hablaba de arrepentimiento, purificación, limpieza, coherencia... Que podamos escuchar la invitación de la Palabra de Dios a disponer nuestro corazón para ese encuentro.
Conviértanse, ¡viene el Señor!
El hombre no vive sin una “esperanza”, sin un horizonte, sin una meta. El tiempo de adviento es la confirmación de esto: Caminamos, somos peregrinos hacia una promesa, la del Reino, la de la Vida eterna, donde ya no habrá ceguera, ni miedos, ni dolor, ni ignorancia, ni violencia, ni soledad... porque el Señor viene... (Is 35,1-10; Ap 21,1-5). Por esa esperanza luchamos, trabajamos, evangelizamos, amamos... todo nuestro quehacer encuentra su sentido ahí: “Ánimo el Señor Dios viene en persona a salvarlos”, ya no envía mensajeros, ya no usa intermediarios, ni sueños; El, se acerca, se deja ver. Esa es la promesa por la cual esperamos y que desde ya podemos vivir: “El Señor viene”.
Es lo que nos motiva a preparar el corazón; eso es la conversión, la cual nos ayuda a que se pueda dar en nuestra vida ese encuentro. La conversión es “volverse a Dios”, saberse “necesitado” de amor, de perdón, de Dios. Que como el paralítico le busquemos no sólo para que nos dé una sanación física, sino ante todo la interior, la reconciliación (Lc 5,17-26).
“Conversión desde el interior”
El pueblo de Israel, vivió un largo adviento, durante muchos años fueron sometidos, burlados, perseguidos, vivieron una gran noche, la de la purificación de la fe... sin embargo, caminaban con la esperanza de la venida del Mesías, su liberador (Is 40,1-11). En esa noche limpiaron sus intereses, sus malas intenciones, su fe inestable, endeble, aprendieron a conocer a Dios y su corazón.
Nosotros también en nuestro peregrinar podemos vivir largos advientos, largos momentos de espera, de noche, de conflicto; tanto a nivel del mal que hay en el mundo (guerras, injusticias, permisividad...), como a nivel personal (enfermedades, depresiones, conflictos familiares, falta de fe). Nos podemos identificar con la oveja perdida, sola, desprotegida, sin encontrar su redil... pero al mismo tiempo con la seguridad y certeza de que su pastor la hallará (Lc 15,1-4). A esa noche, los santos la llaman: “la noche oscura”, la de la purificación del corazón, donde se pone a prueba nuestra fe, es donde se convierte el corazón y al final se llega a amar a Dios por sólo El.
“Hay un precio que pagar para tener el corazón purificado, el amor a Dios no es cosa fácil, está hecho de verdaderas ausencias, de silencios, de continuas purificaciones... pero, en medio de las debilidades del corazón y la carne, el hombre continúa su camino en la noche, llora por el amor único, suspira y anhela la aurora, no desespera de que vuelva el Sol... de este modo sin caer en la cuenta vuelve a su manantial, se agarra a la roca que no se ve. Cuando las fuerzas parecen acabar, aparece el Sol, que es el modo nuevo de amar a Dios. Pero, si no has aguantado en medio de la noche no verás el alba, sino te dejas morir no gozarás de la resurrección, si te dejas iluminar por el brillo fugaz de las estrellas humanas, no disfrutarás del calor del sol divino” (Pier Giordano Cabra). Señor, ¿qué hay en mi corazón que necesita ser purificado?, ¿qué hacer para no desistir en medio de la noche?
Conversión a la limpieza de corazón (La inmaculada concepción)
¿Cómo no prepararnos en este adviento de la mano de María, en la festividad de la Inmaculada Concepción? Celebramos y damos gracias Mamá por ti, porque tú, una mujer de nuestra raza, con nuestras debilidades y límites humanos, pobre, sencilla.... te dejaste llenar de su amor y dijiste sí a su proyecto. Dios en ti encontró un corazón “apto”, un seno limpio, amoroso, para derramar su gracia, para depositar en él lo que más quería: “La vida de su Hijo – Jesús”; y por tu vida le podemos ver, tocar, palpar (Lc 1,26-38).
Nosotros somos co-partícipes de este plan de Dios, hoy a nosotros también se nos invita a tener un corazón apto, limpio, dispuesto a acoger la vida de Jesús como lo hizo María. “Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), lo concebirán, lo llevarán en su seno y lo manifestarán a sus hermanos. La limpieza de corazón se traduce en limpieza de intención, de deseo; es un corazón que comulga y lucha por decir sí al plan de amor del Padre, sin mezclar sus propios intereses.
La imagen del pecado original es muy gráfica: la serpiente seduce a Eva con el fruto del árbol de la sabiduría y la ciencia; ella lo ve apetecible, bueno, bello y lo come (Gn 31-15). Esto refleja lo que es nuestra lucha diaria: opto por el camino de Dios: del bien, del amor u opto por los caminos que me ofrecen las serpientes del mundo: la comodidad, la apariencia, el placer. Muchas veces como Eva, nos dejamos seducir por la serpiente pensando que ganaremos, que creceremos, que será mejor y nos apartamos de Dios, de su voluntad, quedando solos, desnudos, desprotegidos, separados del hermano... María es la nueva Eva, la nueva respuesta a Dios, ella hiere de muerte a la serpiente, le pisa la cabeza, porque en su corazón solo hay una intención: “agradar al Señor”, decirle: hágase. Señor, ¿qué tan limpio es mi corazón?
El Reino de Dios sufre violencia y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,12). Estas palabras que dice Jesús deben ser bien entendidas y son aptas para este tiempo de preparación a la navidad. El Reino de Dios, la vida de Dios en nosotros, sufre violencia, es perseguida, amenazada y atacada, como dice la escritura: “somos expuestos a la muerte, nos tratan como ovejas llevadas al matadero” (Rm 8,36). Por eso en este tiempo se nos habla del combate espiritual, de la defensa de la fe. Hay muchas fuerzas externas que nos amenazan la vida de Dios: críticas, problemas, malos entendidos y muchas internas: desánimos, incredulidad, tentaciones, pecado... Jesús, invita a luchar por el Reino, a defender la vida de Dios en nosotros: “Los violentos lo arrebatan”, en el sentido de que los que se esfuerzan, trabajan, ponen los medios y perseveran tendrán asegurada la vida de Dios con sus frutos en sus vidas.
En este punto es muy radical Jesús: “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”, Él nos invita a ser audaces, a no dejarnos vencer por la astucias del maligno: “Sean astutos como serpientes y mansos como palomas”, “no dejen resquicio al diablo, resistan firmes en la fe” (Mt 10,16; 1Pe 5,8-9; Ef 4,26-27). Juan Bautista, nos puede ayudar a profundizar sobre esta vida espiritual donde se impone “la lucha”, en el Evangelio lo describen como un hombre austero, que vivía en el desierto, que comía saltamontes y miel del campo, que vestía con piel de camello. Todo eso significa la vida de ascesis, de disciplina y esfuerzo por responder con la mayor coherencia al plan de Dios, cosa que le permitió perseverar hasta el final, y ser tenido como uno de los grandes santos de nuestra fe. Ojalá que más que asustarnos por la radicalidad de tantos que han seguido al Señor, queramos poner los medios para conquistar la corona que se nos ha prometido, la del Reino (1Co 9,24-27).
“Conversión a dar frutos”
Uno de los grandes dones de este adviento es “poder ver a Dios”, reconocer en lo pequeño y grande de cada día su acción... Dios se nos manifiesta por medio de la Palabra, la Eucaristía, las personas, los acontecimientos... todo esto nos permite gozar del Señor, y al mismo tiempo dar frutos de Vida y Amor.
Jesús al ver los frutos de la fe de su pueblo, se queja continuamente porque se nota la incredulidad y falta de reconocimiento de Dios: “tocaron flauta y no bailaron, cantaron canciones de luto y no lloraron” (Mt 11,16-19). Con estas palabras se refería a la dureza de corazón del pueblo, que pensaban que con cumplir la ley y ser hijos de Abraham ya vivían una vida con Dios. Jesús invita a una conversión de reconocer a Dios y reconociéndole dar los frutos que Dios les pide, los del amor, el servicio, la hermandad.
A nosotros el Señor, también nos llama a convertirnos, a volver a Dios, a reconocerle, y a partir de esa experiencia dar frutos de amor. Juan Bautista en sus predicaciones continuamente invita a esto: “Raza de víboras, den frutos dignos de conversión... vistan al desnudo, den pan al hambriento, no pongan cargas pesadas” (Lc 3,7-14). Él pide a los judíos que les veía con una vida mediocre, incoherente, que predicaban una cosa y vivían otra, que se decían hijos de Dios pero no amaban a sus hermanos, que se “conviertan”. De nada sirve una fe llena de cultos y cumplimientos, sino impera el amor a Dios y al hermano, “amor quiero y no sacrificios” (Os 6,6). “El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos” (Mt 12,33-37), todo se juega en nuestro interior, ¿quién es mi Dios?, ¿qué dejo entrar?, ¿qué frutos quiero dar?, ¿a quién busco agradar? La conversión exige ponerse frente a Dios con la verdad, con lo que tienes y no, con sinceridad ver nuestra vida, y desde la misericordia de Dios, El nos de la gracia de volvernos a El.





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