Ay de mi sino predico el Evangelio

¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!

Esta mañana empezaba la oración agradeciendo mucho al señor por el don de conocerle, porque, como, nos decía ayer en las palabras de la eucaristía, Él lo hace todo nuevo, va reconstruyendo nuestra historia, nos renueva cada día. Gracias Señor por la vida, por conocerte, por tu amor de misericordia, gracias por todo el bien que me haces y frente a mis palabras, El Señor me decía: “prepárate a la novedad de mi amor, hoy tengo una experiencia nueva para ti, hoy soy nuevo: Si tu conocieras el don que yo te puedo dar, tú me pedirías a mi y yo te daría agua viva” Juan 4, 10.
Ojalá que como con la mujer samaritana, Jesús encuentre en nosotros un corazón abierto, a su gracia: Señor dame de esa agua, para que ya no sufra mas sed, dame de tu amor y gracia, que ellas me han de bastar. Nuestro Dios es la generosidad sin medida, Él que habiéndolo dado todo nos amó hasta el extremo, extiende sus manos hacia nosotros en esta mañana y como al ciego del camino, nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Abramos nuestro corazón y expresemos a Dios nuestra necesidad profunda, Él es Dios y puede y quiere darnos lo que necesitamos. Sabe que le necesitamos a Él y se nos ofrece, pero puede colmar las ansias de nuestros corazones, según su voluntad y la voluntad de nuestro Dios es siempre buena.
Durante esta semana han resonado en nuestros corazones, como un eco, las palabras de Jesús: También tengo otras ovejas que no son de este redil, también a ellas quiero atraerlas, quiero hacerles el bien. Si nos hemos atrevido a mirar la realidad de nuestro mundo, el más inmediato, si hemos permitido que Jesús nos contagie de su mirada para con los suyos, también se ha prendido su urgencia en nuestro corazón, porque el mundo, los hermanos necesitan a Dios, necesitan conocerlo. Todos experimentamos que la vida no es fácil, que hay situaciones que nos levan al límite de nuestras fuerzas, que hay injusticias que hieren nuestro corazón, que hay situaciones de fracaso que nos hacen tocar hondo; pero también sentimos que en todo ello salimos más que vencedores gracias a aquel nos amo y nos esta amando; pero cuantos de nuestros hermanos pueden hacer esta experiencia, cuantos frente a las experiencias duras, abandonan la vida y se entregan a sobrevivir, cuantos son arrastrados por el dolor hacia vicios que les van deshumanizando, cuantos se dejan llevar por el rencor, la soberbia, la ambición o el sin sentido y se vuelven contra los hermanos, haciéndoles la vida difícil, cuantos huyen del dolor y pretenden llenar la vida de apariencia, de vanidad; es decir, de lo que no sacia y deja con mayor sed. Estos hermanos se acercan a nosotros en este rato de oración, para decirnos: tú que conoces donde está el agua; “Dame de beber, mira cuan profunda es mi sed”
Yo le pedía esta mañana a Jesús, señor dame un corazón de hermana, dame un corazón que sienta a mi hermano, su dolor, al punto de comprometerme con él, no de palabra, sino con la vida, desde lo que soy y puedo, aún desde lo que tengo, que es a veces desde donde más cuesta. Prende en mí tu urgencia Jesús como lo hiciste en Pablo.
Esta mañana me ayudaba ver en Pablo que, a él, las palabras de Jesús le calaron el corazón y se grabaron a fuego. A Pablo, Jesús le enseñó a mirar más allá de si mismo, de su afán de perfección, de su deseo de aprobación de parte de los hombres y le hizo misionero, por eso dice san Pablo:
“Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!

Anunciar el evangelio, no es motivo de gloria, es una necesidad, me ayudaba que no nos dijera el señor solo anunciar la palabra, porque no es cualquier palabra con la que el señor nos envía, es la palabra que es evangelio, que es buena noticia; son palabras de consuelo a un hombre que sufre, son palabras de esperanza a unos hombres a los que a veces las experiencias de la vida, les hacen sentir que no hay nada más que esperar sino solo la muerte. Es duro escuchar a personas, como yo he tenido experiencia la semana que pasó, decir: “hasta cuando ya Mary, yo le digo a Diosito que ya me recoja, dónde más ya voy a vivir, ya no ya, mucho se sufre en esta vida, ya estoy cansada ya, que más ya”. Se me hacía duro ver a esta vecina, a quien siempre vi fuerte, luchando siempre por sacar adelante a su familia, cargando sus ollas para ir al mercado a ganarse el sustento, para ella y para sus hijos, lidiando con hombres que pretendían menospreciarla por ser mujer y pobre; una mujer a la que a veces reconocí dura e intransigente, la veía ahora vencida por el sufrimiento, por la enfermedad, por la soledad que vive, en medio de los suyos. Yo reconocía, que es allí, en medio de la falta de fuerza de los hermanos, en medio de su abatimiento; que Jesús nos llama a anunciar el evangelio, a dar buenas noticias al corazón desalentado, a aquel que siente que ya no puede con sus miserias, materiales; pero sobre todo las del propio corazón. Allí nos llama a anunciar la buena noticia de un Dios que nos ama al punto de resucitarnos con él, de transformar el dolor, de enjugar toda lágrima de los ojos, que nos ama al punto de devolvernos la paz, el amor, la esperanza.

Ay de mí, sino predicara el evangelio, dice san Pablo; yo entendía de nuestro Dios esta mañana, que no se trata solo de anunciar de palabra el evangelio, sino que para que sea realmente buena noticia, para los hermanos, ellos tienen que ver el evangelio, como lo vieron en Jesús. De ahí que anunciar el evangelio no es sólo decir palabras de Dios, se trata de ser anuncio con nuestra vida, se trata de ser palabra de Dios, en medio de un mundo, tan herido en su confianza, incluso por quienes debían ser buena noticia y traicionaron su misión, se trata de ser evangelio, en medio de nuestro mundo, el que tenemos más próximo, que es nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.

La realidad de nuestros hermanos nos apremia, la necesidad de Jesús en ellos, la iniciativa no ha sido nuestra; pero hemos aceptado la confianza de Jesús,

“Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión. ¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere”.

Lo que hemos recibido gratis lo damos gratuitamente, nuestro Dios se nos ha regalado a través de la entrega de aquellos que nos dieron la palabra, me venían esta mañana los rostros de tantos hermanos que han ido y aún van delante de mí para acercarme a Jesús, para que yo pueda vivir con Él y de Él y, aparte de despertar en mí una acción de gracias para con Él, por toda la vida que me ha dado y me da cada día, me despertaba el deseo de corresponder en los que me confía, toda su entrega por mi vida y la confianza con la que me mira, sabiendo como soy y la fragilidad que hay en mí.

Esta mañana Jesús nos invita a ir a los suyos de su parte, ser pastores y entrar por la puerta del redil, no a saltar por otro lado imponiendo normas, dogmas o exigencias a los hermanos, que lejos de hablarles del Dios del amor le dejen con la experiencia de que el Reino, que es Dios mismo, esta muy lejos para ellos o que les será imposible alcanzarlo, se trata de ir por la puerta y ello supone pedirle mucha luz al espíritu santo, para saber entrar como los hermanos necesitan, por ello san Pablo nos dice que es necesario partir de la necesidad de los que se nos confían:
“En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible.Me hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley, con los que están sometidos a ella —aunque yo no lo estoy— a fin de ganar a los que están sometidos a la Ley. Y con los que no están sometidos a la Ley, yo, que no vivo al margen de la Ley de Dios —porque estoy sometido a la Ley de Cristo— me hice como uno de ellos, a fin de ganar a los que no están sometidos a la Ley. Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.

Me desborda verdaderamente la fe que Jesús tiene en nosotros, porque no es ingenuo el sabe quienes somos; pero cree en nuestro deseo de hacerle el bien en los suyos; también sabe de lo que somos capaces de hacer si nos unimos a él; porque con él nada nos será imposible. Pidamos a nuestra madre, que en este día nos enseñe a confiar en la fuerza de su amor, que nos renueva y nos hace ser buena noticia para todos los que viven con nosotros. Que Dios nos bendiga.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

FRAGUA DE AMOR

El Amor se goza en la verdad